Al año siguiente, la joven pareja está viviendo con los padres de Mathilde, cuando Arthur Rimbaud aparece en su vida y la cambia completamente. Verlaine deja a su mujer y se va con el joven poeta a Londres y a Bélgica. Durante estos viajes, escribe una gran parte de la colección Romanzas sin palabras. En 1873, en una riña en plena calle, en Bruselas, hiere de un tiro a Rimbaud y es condenado a dos años de prisión, que cumple en Bruselas y en Mons.
Al salir de prisión, vuelve nuevamente a Inglaterra y después a Rethel, donde ejerce como profesor. En 1883, publica en la revista Lutèce la primera serie de los «poetas malditos» (Stéphane Mallarmé, Tristan Corbière, Arthur Rimbaud), que contribuye a darlo a conocer. Junto con Mallarmé, es tratado como maestro y precursor por los poetas simbolistas y decadentistas.
A partir de 1887, a medida que su fama crece, cae en la más negra de las miserias. Sus producciones literarias de esos años son puramente alimentarias. En esta época pasa el tiempo entre el café y el hospital. En sus últimos años fue elegido «Príncipe de los Poetas» (en 1894) y se le otorga una pensión. Prematuramente envejecido, muere en 1896 en París, a los 52 años. Al día siguiente de su entierro, varios paseantes cuentan un hecho curioso: la estatua de la Poesía, ubicada en la plaza de la Ópera, perdió un brazo, que se rompió junto con la lira que sujetaba, en el momento en que el coche fúnebre de Verlaine pasaba por allí:
Il pleure dans mon coeur
Comme il pleut sur la ville;
Quelle est cette langueur
Qui pénètre mon coeur ...
A una mujer
A usted estos versos, por la consoladora gracia
de sus ojos grandes donde ríe y llora un dulce sueño,
a su alma pura y buena, a usted
estos versos desde el fondo de mi violenta miseria.
Y es que, ¡ay!, la horrible pesadilla que me visita
no me da treguay, va, furiosa, loca, celosa,
multiplicandose como un cortejo de lobos
y se cuelga tras de mi sino, que (sangra).
Oh, sufro espantosamente, de tal modo
que el primer gemido del hombre
arrojado del Edén es una egloga al lado del mío.
Y las penas que usted pueda tener son como
las golondrinas que un cielo al medio día,
querida, en un día de septiembre tibió.
X
...¡Quince días, tan largos, aún, y seis semanas
pasadas ya! De todas las angustias humanas,
la de estar lejos es la mayor agonía.
Escribimos palabras de amor; día tras día,
la voz, los ojos, todos los gestos recordamos
del ser en que se cifra nuestra ventura; estamos
horas y horas, hablando, solos, con el ausente.
Pero cuando se piensa, pero cuando se siente,
pero cuando se habla con él, todo persiste
descolorido, pálido, todo fielmente triste.
¡Oh ausencia, ausencia, el menos clemente de los males!
¡Consolarse con dichas, con palabras triviales;
para encontrar alivio buscar en lontananzas
de infinitos recuerdos, rendidas esperanzas,
y sacar solamente necio amargor y hastío!
De pronto penetrante como el hierro y tan frío,
más rauda que las aves y las balas, que el viento
del sur cuando los mares agita turbulento,
sutil, enherbolada, semejante a la flecha,
con su aguzada punta nos hiere la sospecha
que impura nos asesta la Duda en golpe horrendo.
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